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Redefiniciones del modelo de desarrollo: La superación de la fractura metabólica

Actualizado: 4 jun 2020

Por Camila Cifuentes



<<Todo progreso en la agricultura capitalista es un progreso en el arte no sólo de robar al trabajador, sino también de robar al suelo… La producción capitalista, entonces, sólo desarrolla las técnicas y el grado de combinación del proceso social de producción, socavando simultáneamente las fuentes originales de toda riqueza -el suelo y el trabajador.>> (Karl Marx, Capital, Vol. 1)


Resumen

Cuando discutimos sobre modelos de desarrollo, es muy difícil no caer en la contradicción que genera el compromiso del desarrollo social versus la degradación de la naturaleza. Más aún, cuando nos situamos en un país Latinoamericano o del tercer mundo, la tentación de reclamar el merecido derecho de explotar autónomamente los recursos naturales que nos brinda nuestro territorio lleva a relativizar hasta las peores consecuencias del industrialismo –que se manifiestan con cada vez mayor frecuencia en las denominadas “zonas de sacrificio”. Sin embargo, el aparente dualismo entre desarrollo y subsistencia, no es más que la prolongación de la lógica capitalista de posesión por extracción y crecimiento por acumulación. Es la idea de que la única forma de subsistir es mediante la dominación de lo otro, en un proceso de alienación de la humanidad de su naturaleza material. En ese sentido, más que la pregunta por tal o cual técnica específica para evitar el deterioro ambiental, en un afán típicamente tecnócrata que no logra salir de la lógica de acumulación por extracción, el cambio de mirada debiese contemplar la relación siempre dialéctica -e incluso simbiótica- entre la sociedad y su entorno, el ser humano y su naturaleza y, sin ir tan lejos, el espíritu y el cuerpo. Esta idea debería ser plasmada primero en un nuevo paradigma filosófico, pero que inmediatamente después supondría encontrar nuevas formas de desenvolvernos en la historia evolutiva, siempre considerando que cualquier actividad a gran escala, tendrá inevitablemente efectos en el clima, los ciclos biogeoquímicos o la disponibilidad de agua.


Introducción

Las manifestaciones de la irracionalidad del capitalismo se observan cada vez más frecuentemente y con mayor fuerza, ya no sólo en las condiciones de vida de las y los trabajadores, sino que en la gran matriz natural que sustenta toda la vida: la biósfera. El fenómeno conocido como cambio global, dentro del cual el cambio climático es una de sus variables más latentes, ha pasado a ser la gran alarma de que hay algo en el sistema que no da para más. Para unos, el tema se resume a disminuir emisiones de CO2mediante métodos tecnológicos altamente sofisticados, pero para otros el problema precede a las emanaciones de gas y apunta directamente a la matriz del sistema, que tiene que ver con los desequilibrios que produce la apropiación y acumulación capitalista, tanto de la propiedad de la tierra como de los bienes comunes como el agua y la biodiversidad, del mismo modo que de la fuerza de trabajo, así como del cuerpo de las mujeres como generadoras de riqueza.


Los procesos de alienación de la naturaleza que comenzaron con la separación de la población y su territorio, han llegado a una completa disociación de los elementos naturales con su ambiente de origen, provocando un desequilibrio planetario de los ciclos tanto de materia como de energía (Wardle, 2002). De tal modo que hoy en día tenemos un continuo flujo de commoditiesdesde países que actúan como verdaderas fuentes de recursos naturales, hacia países industrializados que los procesan y distribuyen alrededor del mundo. El movimiento continuo y artificial de nutrientes y biomasa de un continente a otro, con el consiguiente gasto energético que ello involucra, es lo que nos lleva hasta el día de hoy a un estado de emergencia climática y social (Grote et al., 2008; Rodríguez-Caballero et. al, 2018), que se ve profundizado si se incorporan variables como la pérdida de biodiversidad, cambios en las mareas, acidificación del océano y el derretimiento de permafrost en el ártico[1]. En este sentido, la irracionalidad del capitalismo a la que aludo, tiene que ver con que, si bien desde hace varias décadas atrás la evidencia científica viene dando cuenta de estos ciclos y los peligrosos efectos que conlleva perturbarlos, la perpetuación de este sistema supuestamente basado en el desarrollo científico de la mano de la técnica, lo convierte en el peor de los ciegos que no quiere ver.



El Antrocopoceno: evidencias geológicas del quiebre metabólico


El año 2000, el químico atmosférico Paul Crutzen propuso que la huella humana en el planeta ha definido una nueva era geológica denominada Antropoceno. Las evidencias que sustentan esta afirmación provienen de tres constataciones: 1) la alteración significativa de los ciclos biogeoquímicos[2]o de nutrientes fundamentales para la vida tales como el carbono, nitrógeno y fósforo; 2) la modificación de los ciclos del agua terrestre mediante la transformación de ríos, eliminación de la masa arbórea y alteración de los flujos de evapotranspiración[3]desde la tierra a la atmósfera; y 3) el desencadenamiento de uno de los mayores eventos de extinción de biodiversidad en la historia de la Tierra. Las evidencias plasmadas en los registros geológicos apuntan a que esta era comenzó con la Revolución Industrial alrededor del 1800, desde donde se produjeron las principales transformaciones y que, luego de la década de 1950, se acentuaron notoriamente (Steffen et al., 2011). En ese sentido, la propuesta de Crutzen calza con lo que Marx denominó la fractura metabólica: «la producción capitalista… perturba la interacción metabólica entre el hombre y la Tierra, i.e. impide el retorno al suelo de los elementos constituyentes consumidos por el hombre en forma de alimentos y vestimenta; por lo tanto, obstruye la operación de la eterna condición natural de la fertilidad imperecedera del suelo» (Marx, 1976, pp. 637-638). En otras palabras, la irrupción antropogénica de los ciclos vitales de la naturaleza, tales como los ciclos biogeoquímicos y del agua, han provocado un desbalance tal que es la propia vida y permanencia de la sociedad la que se ve amenazada, debido a su inevitable realidad material, dependiente en todo momento de los ciclos y flujos naturales antes mencionados.


En su trabajo, Cutzen (2000) apunta como principales culpables de este proceso a los países industrializados, en orden decreciente: EEUU, la Unión Europea, Japón, la ex Unión Soviética, China e India. La evidencia muestra que, independientemente de la orientación política de sus gobiernos, estos países efectivamente son los que han generado en mayor medida la crisis ecológica, mientras que los países en sub-desarrollo casi no aportan. Sin embargo, para no caer en la idea fácil de que un color político u otro no importan a la hora de dar cuenta de la degradación de la naturaleza, es preciso reflexionar sobre los aspectos comunes que inciden en la degradación de la naturaleza, y que a mi juicio es la idea de desarrollo limitado a crecimiento económico, siendo este último generado en base a la acumulación. La noción de crecimiento fue generada a partir de la instauración de la matriz desarrollista post-fordista y, como argumenta David Harvey, el fin del crecimiento es generar acumulación a partir del despojo (Harvey, 2004). Para sostener una economía en constante crecimiento, se requiere un ingreso ilimitado de materia y energía, los cuales tienen límites definidos desde la termodinámica[4]y que, peor aún, su desequilibrio genera catástrofes sin fronteras (Leff, 2008, pp. 7-8). Es por esto que la importancia que le demos a la discusión sobre modelo de desarrollo es tan radical hoy en día, ya que de acuerdo a lo que entendamos por desarrollo, nos llevará hacia un lugar u otro, lo cual puede significar una biósfera en colapso o un nuevo modelo de sustentabilidad de la vida humana, en concordancia con los ciclos y parámetros limitantes de los ecosistemas.



La ciencia y el conocimiento, agentes clave para subsanar la ruptura

El rol que la generación del conocimiento -y en específico de la ciencia- juega en nuestra sociedad, es una pieza clave en esta crisis y, de hecho, el movimiento de jóvenes ambientalistas Fridays For Future, encabezado por Greta Thunberg en Suecia, ha sabido de muy buena manera interpelar tanto a los científicos como a los líderes políticos a que escuchen las evidencias científicas que sustentan la idea de emergencia climática. Sin embargo, la ciencia tampoco está libre de contradicciones, ya que, en la mayoría de los casos, el financiamiento de la ciencia occidental proviene directa o indirectamente de empresas que producen la mayor cantidad de impactos ambientales, como la generación de semillas transgénicas con sus respectivos pesticidas (Montecinos, 2010), o las farmacéuticas y su manejo de las enfermedades (Angus, 2019). De modo que la respuesta que la ciencia pueda dar en relación a tal o cual pregunta, siempre va a estar enmarcada en un determinado paradigma que fija sus propios límites. Sin embargo, la gracia de la ciencia es que, justamente, tiene la capacidad de cambiar esos límites y desafiar sus paradigmas (Kuhn, 1962), superando sus propios límites con cada relevo paradigmático.


Ahora bien, queda preguntarnos cuáles han sido los principios regidores de la ciencia occidental que han sustentado el descalabro ambiental y de qué manera podemos cambiar esos principios por otros que guíen el camino hacia un “desarrollo sustentable”. Hay quienes dicen que fue el mismo Francis Bacon (el padre del método científico) el promotor de la dominación de la naturaleza, desde una visión positivista y mecanicista de los fenómenos naturales. Otros tantos apuntan a Newton y su mecánica clásica, o al mismo Darwin, cuando lo acusan de haber propuesto que el único mecanismo evolutivo se da por medio de la selección natural y la absurda extrapolación hacia el llamado “darwinismo social” (Ruse y Vicedo, 1987). Sin embargo, estas acusaciones son injustas toda vez que las sacamos de su contexto histórico y las analizamos desde una cómoda posición actual, en la que ya comprendimos los límites de dichos paradigmas. El reduccionismo fue necesario para comprender las partes constituyentes y así evidenciar rápidamente que “el todo es mayor que la suma de las partes”, para así dar paso a teorías sistémicas que han sido capaces de superar esas limitantes. Hay, pues, una cierta tendencia a asociar capitalismo-ciencia, positivista-desastre ecológico y crisis social, sin embargo, ahí tenemos el desarrollo científico en Cuba, que ha logrado significativos y sorprendentes avances en medicina integral, epidemiología, microbiología, etc. considerando las precariedades económicas a las que ha sido sometida la isla desde la caída de la Unión Soviética.


Parece ser que toda vez que la ciencia es puesta en función del capital, es decir, de extraer de la naturaleza las propiedades constitutivas de los elementos para otorgarles valor de mercado, se generan los desequilibrios ambientales que vemos hoy. Por ejemplo, tomemos el caso de las semillas, que por siglos han sido seleccionadas (artificialmente) por agricultores para obtener los mejores frutos de cada especie. Estas semillas son intercambiadas, incluso a través de mercados locales, lo que permite que sean preservadas y también recombinadas para generar nuevas y mejoradas variedades. Sin embargo, desde hace pocas décadas atrás que se ha impulsado el concepto de patentar la innovación, es decir, que cada nuevo descubrimiento pueda ser inscrito en un sistema de patentes, de manera que cada vez que alguien quiera hacer uso de esa invención o descubrimiento, deba realizar un pago a su “dueño”. De este modo, comenzó una frenética lucha y competencia por quién patenta qué antes que el otro, ganando así una ventaja competitiva (término darwinista, por lo demás), en la que, generalmente, el primero representa un gran conocedor del sistema de patentes, y el segundo, típicamente representado por personas con altos conocimientos de la agricultura ancestral, pero con pocos conocimientos del mercado bursátil y de patentes, ni medios económicos para realizar los costosos trámites de patentar. Es así como llegamos al día de hoy, ad portas de la firma del tratado transpacífico-11 (TPP11)[5]que, mediante la implementación inmediata del convenio UPOV-91[6], las grandes empresas semilleras y cultivadoras transgénicas lograrán lo que no pudieron mediante la vía legislativa. De este modo, la ciencia al servicio del capital agroindustrial genera conocimiento de avanzada, pero no en función de alimentar mejor y a más personas, sino para extraer mayor renta del suelo, con la aplicación de agroquímicos que sustituyen los nutrientes que ese suelo no alcanza a proveer, pero también de pesticidas que eliminan todo aquello que no sea la propia variedad cultivada.



América Latina, zonas de sacrificio y el nuevo proletariado ambiental


América Latina se ha conformado en un polo gravitante de generación de capital a partir de sus riquezas naturales. Así, podemos ver un sinfín de ejemplos en los que en nuestro propio país se aplica ciencia y tecnología de avanzada, con el transparente objetivo de generar crecimiento económico -y no desarrollo humano o equidad social-, bajo la promesa de que, por medio de la explotación de los recursos naturales, podremos insertarnos de manera competitiva en el mercado mundial y así salir del sub-desarrollo, idea fuertemente impulsada por la CEPAL en los años 70-80 (Sunkel, 1970; Beteta y Moreno-Brid, 2012). Sin embargo, a más de 40 años de la instauración de dichas políticas, en las que incluso desde los años 90 en adelante se han incrementado tremendamente los volúmenes de exportaciones de materias primas hacia Europa, EE.UU. y Asia, vemos que ni el desarrollo humano ni la equidad han aumentado y que, de hecho, han disminuido notablemente (OCDE, 2018). Lo que sí ha emergido, es lo que se puede denominar el “proletariado ambiental” (Foster, 2018). Esta nueva categoría emergente, representada por toda la población que habita en las llamadas zonas de sacrificio, refleja una nueva forma de irracionalidad del sistema, en la que sin considerar los efectos acumulativos y muchas veces sinérgicos de los impactos ambientales, se avala la instalación de actividades de extracción de materias primas o generación de energía con alto costo ambiental, pero cuyos efectos adversos (llamadas también externalidades negativas) son asumidos por los propios habitantes de dichas zonas.


Al respecto, se puede afirmar que la designación de estas zonas de sacrificio no es aleatoria en el territorio, sino que justamente se emplazan en algunas de las comunas más olvidadas del país. Por ejemplo, la comuna de Til Til en la región Metropolitana es donde van a parar los desechos de la capital a los numerosos vertederos y rellenos sanitarios instalados de manera legal e ilegal, dejando a la comuna en un estado de abandono ambiental, sin importar el envenenamiento de su población. O el caso de Tocopilla, declarada zona saturada en 2016 por el emplazamiento de 6 gigantes termoeléctricas en la comuna de 23 mil habitantes, que recién este año comenzó su plan de descontaminación y cierre de dos generadoras eléctricas a carbón. Así, hay casos a lo largo de todo Chile, reconocibles por ser las zonas de mayor pobreza económica, de modo que resulta fácil hacer el cruce entre desigualdad económica e injusticia ambiental, donde siempre las más afectadas serán las personas más vulnerables de la sociedad. Así también se van generando argumentos de la mano del desarrollismo para permitir la instalación de este tipo de industrias en zonas saturadas, como el llamado que hizo el alcalde de Tocopilla a no cerrar las termoeléctricas en la comuna pues, según él, estas generarían trabajo (EMOL, 4 de junio de 2019). De tal manera que el avance no es fácil, pues se establece la idea de que existe un dualismo irreconciliable entre oportunidades laborales y económicas en oposición al cuidado del medio ambiente. Y es ahí donde nace la noción de desarrollo sustentable, como un nuevo nicho de la economía, donde a partir de la generación de energías limpias[7], o métodos industriales cada vez más sofisticados, efectivamente se evitan ciertos desastres ambientales, pero no por ello se deja de tener un impacto cada vez más grande en los territorios, y tampoco se pone en discusión el para qué de la instalación de dichas industrias, o a quiénes beneficia y por cuánto tiempo (Escobar, 1995; Gudynas, 2011).


La idea del desarrollo sostenible se encuentra dentro de los límites de la economía de mercado, cuando se propone que la solución a la degradación del ambiente será a partir de incrementar la inversión para explotar eficientemente los recursos naturales, es decir que la eco-eficiencia pasa a ser la panacea a todos los males, sin ahondar más allá en el modelo que sustenta todo el sistema. El falso dualismo entre desarrollo o medio ambiente cae en una contradicción incapaz de reconocer que ambas categorías están dialécticamente relacionadas, ya que no es posible generar desarrollo sin asegurar las condiciones materiales que proveerán el sustento de la población. En esta línea, me parece correcta la mirada que da el marxismo ecológico, cuando afirma que uno de los grandes problemas del pensamiento socioeconómico contemporáneo es que no reconoce las interacciones materiales entre la sociedad y su medio, reduciendo la cuestión ecológica a un tema de valores, pasando por alto el tema más complejo de que las relaciones materiales de la sociedad y la naturaleza están en un proceso de continua dialéctica (lo que Marx denominó como relaciones metabólicas entre la sociedad y la naturaleza), pero además en constante evolución (Foster, 2004). Como dice Vandana Shiva: «Cuando el principio organizador de la relación entre la sociedad y la naturaleza es el sustento, la naturaleza existe como bien común; se convierte en recurso cuando los beneficios y la acumulación pasan a ser los principios organizadores y hacen necesaria la explotación de recursos para el mercado» (Mies y Shiva, 1998, pp. 163).



Conlusión


La reconfiguración productiva de una nueva era ecológica y socialista, no puede estar basada únicamente en reformas tecnócratas de los métodos de explotación de la naturaleza, así como tampoco puede hacerse la ciega ante las demandas de las comunidades que no quieren ver afectados sus sistemas de vida, sino que hay que pensar de nuevo lo que entenderemos de aquí en adelante por desarrollo y de qué manera la economía estará sujeta a las posibilidades materiales concretas de cada territorio. Sin perjuicio de lo anterior, no podemos perder de vista que el circuito transnacional de mercancías, con los resabios de la división mundial en países “productores” y países “proveedores”, sumado a la constante gobernanza mundial de organismos internacionales que, presionados por las potencias, prefiguran la distribución del poder y la riqueza a escala planetaria, transforman cualquier desafío a este esquema de relaciones en una forma de resistencia que, de no acompañarse de aspiraciones de transformación política y social, corre el riesgo de ser subsumido en la dinámica capitalista que le rodea y permea. Es el riesgo que asumieron ciertos gobiernos Latinoamericanos que, al situar la justicia social como epicentro de sus políticas, no pudieron escapar a la lógica de explotación incesante de sus recursos naturales, haciendo inevitable su incorporación al circuito transnacional mencionado.


Más que enfocarse en las consecuencias ambientales de tal o cuál práctica por separado, es necesario retomar la discusión filosófica de cómo nos insertamos como seres vivos en un planeta con límites materiales y termodinámicos, así como revisar la dialéctica coevolutiva de los organismos y su ambiente, de manera de generar el entendimiento básico de que cualquier actividad que realizamos sobre el planeta tendrá efectos sobre los ciclos biogeoquímicos, la disponibilidad de agua dulce y la existencia de otros organismos. Esta premisa es la que convierte a la defensa del planeta y la naturaleza –en tanto bien común de todos los seres vivos- en causas comunes a todos los seres humanos, cuestión que será puesta a prueba en la medida que el paradigma del sometimiento de la naturaleza y las personas a la acumulación capitalista, con la inminencia de un desastre medioambiental y social, esté situado en un horizonte emancipatorio integral que implique repensar el desarrollo y la soberanía ambiental por fuera –y en contra- de la lógica de acumulación por despojo del sistema económico dominante.


[1] El permafrost es una capa de suelo congelado de manera permanente, ubicado por debajo del suelo “activo” (donde se establecen las plantas), que se ha estudiado mantiene retenido el doble de carbono que se encuentra en la atmósfera. En las últimas décadas, se ha observado que debido al calentamiento global esta capa de suelo congelado se ha comenzado a derretir, liberando dióxido de carbono y metano, ambos gases con efecto invernadero (Wickland et al. 2006). [2] Los ciclos biogeoquímicos son aquellos que definen el paso de ciertos elementos y nutrientes esenciales para la vida en diferentes formas y estados, ya sea como gas en la atmósfera, disueltos en el océano, mineralizados en las rocas o formando parte del tejido animal y vegetal. La importancia de estos ciclos es que definen la disponibilidad de estos elementos para la vida, por lo que su disrupción tiene directa relación con cambios sensibles para los ecosistemas. [3] La evapotranspiración es la suma de dos procesos: la evaporación de agua desde el suelo y diversas superficies, incluyendo cuerpos de agua como ríos, lagos y océano hacia la atmósfera, y la transpiración de la vegetación, proceso en el cual las plantas pierden agua en forma de vapor desde sus estomas (pequeños poros en las hojas) hacia la atmósfera. [4] La termodinámica es la ciencia que estudia la relación entre el trabajo, el calor y las diferentes formas de energía. En específico, la ley de la entropía (segundo principio de la termodinámica) nos dice que, en todo proceso de producción, la transformación de elementos de la naturaleza en bienes de consumo, genera energía residual en forma de calor que no es aprovechable ni convertible en energía “útil”. Al fin de cuentas, en todo proceso productivo hay una concomitante degradación de las formas de energía y una tendencia al “desorden” externo, que se manifiesta como degradación del ambiente. [5]El tratado transpacífico 11 es un tratado de acuerdo de asociación entre 11 países (Australia, Brunei, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam) cuyo objetivo es reducir el rango de maniobra del Estado en la economía dentro de una amplia gama de materias, entre ellas económicas, comerciales, derechos sociales y culturales. [6]Consignado en el artículo 18.7 del TPP11. [7]Limpias en el sentido de emanación de gases, pero no necesariamente libres de impactos ambientales. Por ejemplo, el caso del parque eólico Chiloé en Mar Brava, Ancud, de la chileno-sueca Ecopower, que ha sido judicializado en varias oportunidades por la comunidad organizada de Ancud.

Referencias

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